Igualdad, sobre todo económica

Hace 84 años, el 19 de noviembre de 1933, las mujeres españolas pudimos votar por primera vez, gracias a la lucha de mujeres valientes lideradas por Clara Campoamor. Ella, diputada de las Cortes Constituyentes de la Segunda República de 1931, fue quien ejerció desde su tribuna una enardecida defensa del sufragio femenino en España.

Desde entonces la lucha constante de muchas mujeres ha ido consiguiendo algunos avances en la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres. Sin embargo, queda mucho por hacer en materia de igualdad.

Desgraciadamente cada vez conocemos más casos de violencia de género y de acoso sexual que sufren las mujeres. Todavía vivimos en una sociedad patriarcal intentando culpabilizar a las víctimas que terminan sufriendo un doble acoso. La mayoría de las mujeres no denuncia porque sabe que llegar al juicio es casi peor que la violación. Se convierte en una conspiración para acusarlas a ellas.

Hasta que no seamos capaces de cambiar nuestra sociedad patriarcal a través de la educación y la cultura, las mujeres seguiremos sufriendo discriminaciones y teniendo menos oportunidades que los hombres. Desigualdades que también alcanzan el ámbito económico y profesional.

Hay estudios que explican que las niñas, a partir de los 5 o 6 años, ya tienen la sensación de pertenecer a un grupo inferior. Para ellas las mujeres pueden hacer cosas buenas, pero son los hombres los que destacan. La socialización diferenciada, por la cual hombres y mujeres son educados en roles distintos y en valores distintos, crea el caldo de cultivo perfecto para que las mujeres sientan de forma masiva el llamado “síndrome de la impostora”. Se trata de un problema de falta de autoestima y confianza para desarrollar puestos en espacios tradicionalmente masculinos, por el cual se tiene la necesidad de trabajar más y mejor para tener derecho a ese reconocimiento.

Muchas mujeres se sienten menos cualificadas que sus compañeros para un puesto o cargo directivo, fundamentalmente por la baja autoestima o la excesiva auto-exigencia que las mujeres tenemos. No se trata de una cuestión individual, sino que es un reflejo de un problema social.

Para promover la igualdad hay que empezar por la igualdad económica, porque en nuestras sociedades la libertad está muy ligada a la economía y con el desarrollo profesional que permita la autonomía e independencia de las mujeres.

Adam Smith, en su libro “La riqueza de las naciones”, deduce que se llega al bien común a través de la competencia y el libre comercio. Todos los trabajadores de toda la cadena de producción actúan por interés propio. Sin embargo, se olvidó y nos seguimos olvidando del trabajo en las tareas domésticas que desarrollan mayoritariamente las mujeres.

Adam Smith vivió toda su vida con su madre. Ella se encargaba de todas las tareas domésticas, de cuidarlo y alimentarlo; y no lo hacía por interés propio sino generosamente. Gracias a ella Adam Smith tuvo el tiempo necesario para desarrollar su profesión y sus teorías.

Los economistas nos hemos olvidado de las actividades domésticas y de su contribución al crecimiento de nuestra economía. Recientemente Europa modificó la forma de medir el PIB incorporando la prostitución y las drogas, y no incluyó otras actividades, como los trabajos de cuidados que sostienen los hogares. Es cierto que estas actividades que se producen en la esfera privada al no ser remuneradas no conllevan un intercambio económico, pero sí que tienen efectos en el valor de la actividad económica de un país.

¿Cuánto aumentaría el PIB si ese trabajo doméstico y de cuidados no remunerado pasara de la esfera privada a la pública, por ejemplo, a través de servicios de limpieza y asistencia a domicilio, escuelas infantiles y servicios a la dependencia? Si esas actividades se mercantilizaran tendrían un valor económico que es preciso aflorar.

En 2003, según un estudio de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas), el trabajo doméstico no remunerado generó un valor de 332.506 millones de euros, lo que supuso el 42,5% del PIB español. En concreto, los españoles dedicaron ese año un total de 46.000 horas anuales a la producción doméstica y al voluntariado, lo que se tradujo en 7.916 euros per cápita durante dicho ejercicio.

La distribución por sexos de estas tareas es desigual, ya que las mujeres aportan cerca del 74% del total del trabajo no remunerado. Casi 2 horas más diarias es el tiempo que dedican las mujeres respecto a los hombres para tareas en el hogar y la familia.

Ese tiempo medio diario dedicado por las mujeres al trabajo doméstico no remunerado desciende a medida que aumenta el nivel educativo de los miembros del hogar. Sin embargo, es aún una tarea pendiente que sin duda repercute en la igualdad de oportunidades para las mujeres al dificultar su desarrollo profesional y su independencia económica; y en definitiva su libertad.

Fuente : www.larazon.es 22/11/2017